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Hijos de un país sin Dios

La vida puede cambiar radicalmente de un día para otro. Sobre todo en África. Sobre todo en Sudán. Un país que no conoce a Dios.

 

Isaac Luol Makol

Isaac Luol Makol es uno de los 4.000 refugiados sudaneses, conocidos como Chicos Perdidos, que llegaron a Estados Unidos a principios de siglo, huyendo de la cruenta guerra civil que llevaba más de una década asolando su país.

Una llamada

Desconoce el paradero de su familia y amigos, que dejó en Sudán. Intenta sobreponerse a los recuerdos y las pesadillas, que le devuelven, una y otra vez, a su terrible pasado. Un día recibe una llamada inesperada. Alguien, de quien no creía volver a tener noticias, le pide que vuelva a Sudán del Sur.

De Sudán a Etiopía

Isaac nos cuenta su historia. Cómo, cuando era sólo un niño y aún respondía por su nombre dinka, Akhut Luol, se vio obligado a vagar, junto a su hermano mayor, Mawut, y una diáspora de huérfanos de guerra como él, hasta la lejana Etiopía.

Cuando el país de acogida se convierte también en hostil

Cómo, por el camino, se vieron obligados a enfrentarse al hambre, la sed, las enfermedades y las fieras, mientras escapaban de las temibles milicias murajaleen, que estaban masacrando a su pueblo. Nos cuenta, cómo ambos consiguieron reconstruir su vida en el país vecino hasta que, de pronto, este se volvió también hostil.

Kakuma

Nos cuenta sus años en el Campo de Refugiados de Kakuma, en el norte de Kenia, donde conoció el amor por primera vez. Todo ello, siguiendo el rastro de una turbadora llamada.

Sin aliento

Hijos de un país sin Dios es cruda, épica y desgarradora. Una historia de superación y supervivencia, narrada a un ritmo frenético, que engancha desde el primer momento y te empuja a pasar de página. Un texto sin concesiones, que, por momentos, te deja sin aliento

Oí silbar a las acacias

“África tiene una cara amable, pero también puede ofrecerte otra violenta y despiadada”, dice Cristina Calo, uno de los personajes de este cautivador relato. Orgullo, abnegación, supervivencia, instinto, rebeldía… Eso es, para el autor, África, y de eso versa esta ilustrativa novela.

El argumento de “Oí silbar a las acacias” nos traslada a este continente, mágico, y sin embargo, todavía desconocido, para la mayoría de los occidentales, con una historia de seducción, deseo y violencia, en lo más recóndito del Valle del Omo, en la lejana y misteriosa Etiopia.

Una historia, que deja al desnudo las grandezas y miserias de este fascinante y, tantas veces, compadecido continente, donde la vida y la muerte caminan por un hilo demasiado fino.

Tres personajes, de naturaleza antagónica, pero que tienen en común un espíritu indómito y una innegociable ansia de libertad: Kibu, un joven surma, que lucha contra la sombra de la muerte de su hermano. Chaltu, una muchacha hamer, que se revela a su destino como mujer. Mario Ferrándiz, un joven reportero, que viaja a África, huyendo de su pasado, y acaba descubriéndose a sí mismo.

“Una historia, tan versátil, como tremendamente entretenida”