febrero 11, 2017

”- ME DIJERON- “…Y DEBES TENER CLARO QUE TE JUGARÍAS LITERALMENTE LA VIDA”.

UN CÁNTABRO EN TIERRA CANÍBAL III

En Julio de 2005, me adentré, con la única compañía de un guía autóctono Thony y de un puñado de porteadores nativos en el ancestral mundo de Irian Jaya (Papua Occidental), el rincón más salvaje del planeta. Mi intención era contactar a los hombres mono, los caníbales korowai. El viaje se convirtió en una experiencia única, un auténtico reto como viajero, plagado de anécdotas y situaciones novelescas.
Este serie de relatos pretende ser una especie de cuaderno de viaje, mediante el cual, os narro mi aventura en tierra caníbal.

ME DIJERON- “…Y DEBES TENER CLARO QUE TE JUGARÍAS LITERALMENTE LA VIDA”.


Son muchas las tribus que habitan Papúa Occidental. Los más populares son los Dani que se asientan en el valle de Baliem, la zona mas accesible y conocida por los escasos treckers y viajeros que se deciden a visitar Irian Jaya.
Sin embargo, yo estaba decidido a ir más allá.
A medida que recopilaba información sobre la isla, iba adquiriendo conocimientos sobre otras etnias mucho más remotas y, por tanto, menos acostumbradas a la visita del hombre blanco: los Lani, los Yali, los Asmat, los Korowai, los Kombai, los Una…
De todos estos grupos yo me centre principalmente en dos: los Yali de las montañas – cercanos a los Dani, pero instalados  en un área de mucho más difícil acceso y mucho más puros en cuanto a la influencia occidental – y, sobre todos, los Korowai, ocultos y protegidos del resto de la humanidad por una densa y cenagosa selva.
Internarme en territorio Korowai, un lugar donde pocos occidentales se habían atrevido a llegar, habitado por algunos de los grupos más belicosos y agresivos del planeta, aún hoy caníbales, y que construyen sus  casas en las copas de los árboles, iba a convertirse, sin lugar a dudas, en el reto más exigente de todo el viaje.

 

Lo que sí tuve muy claro desde el momento que tomé la decisión de embarcarme en la aventura de Irian Jaya, es que iba a ser fundamental prepararme a fondo.
Mis anteriores viajes me habían dotado del bagaje y la experiencia necesaria, para saber que la condición física es esencial para disfrutar de la experiencia, e incluso, para salir sano y salvo de ella.
Irian Jaya iba a ser una vivencia muy exigente físicamente, por lo que, desde el primer día me dispuse a realizar, durante los 10 meses previos al viaje, un entrenamiento planificado específicamente para la ocasión.
Y que decir del aspecto psicológico. Adentrarte en mundos tan dispares al nuestro como las selvas de Irian Jaya, es algo que requiere un alto grado de adaptación y una adecuada mentalización.

En enero de 2005 comencé a dar realmente forma al proyecto. Leí mas sobre la zona, busqué en Internet, y me puse manos a la obra para encontrar una agencia especializada en este tipo de viajes, que se encargara de la infraestructura, las reservas de vuelos, el asesoramiento, y con la que planificar adecuadamente la ruta.
No creí que sería tan difícil encontrar alguien interesado en encargarse de la organización de la expedición. Especialmente cuando explicaba las zonas dónde  estaba dispuesto a llegar.
La mayoría de las agencias que trabajan en Irian Jaya centran su actividad en los alrededores de Wamena y en el valle de Balien. Un recorrido por territorio Dani, que reduce sustancialmente el nivel de exigencia del viajero.
Sin embargo, alcanzar territorio Yali, y sobre todo, internarte en las lowlands, y sus impenetrables selvas, era harina de otro costal.
El otro problema era el coste del proyecto. Desplazarte grandes distancias por las montañas o selva a través, sería durísimo, y, desde luego, llevaría meses, por lo que necesitaríamos contratar avionetas que nos acortaran los trayectos.
Me di cuenta, entonces, que iba a tener dos alternativas: o reducía la expedición a un área mucho más accesible y me olvidaba de penetrar al corazón de Irian Jaya, o asumía el reto de afrontar el viaje en solitario, tal y como hizo John catorce años antes.
No lo dudé. Seguiría adelante.

Cuando decidí trabajar con la misma agencia con la que había viajado a Camerún dos años antes, lo primero que les dije es que no quería abandonar Irian Jaya con  la sensación  de que dejaba cosas por ver y que me había quedado en la superficie.
Ellos me respondieron que esa sensación sería inevitable, porque las selvas de Papúa aún esconden mucho más.
Me explicaron que podría incluso aspirar a un primer contacto con algún grupo tribal, pero que ellos no estaban dispuestos a acometer semejante objetivo.
-“Deberá ser por cuenta tuya”- me dijeron- “y debes tener claro que te jugarías literalmente la vida”.
También me dejaron muy claro que si me adentraba en las “lowlands”, en territorio Korowai, no podría ser evacuado pasara lo que pasara.

-“Deberás entrar con tus propias piernas, y esas mismas piernas deberán sacarte de allí; tanto si caes enfermo, como si sufres algún accidente. Una vez en el interior de aquella jungla estarás sólo y prácticamente ilocalizable”.

Según iba recopilando más y más información sobre los distintos habitantes de aquellas inmensas y misteriosas extensiones cubiertas de agua y vegetación, me di cuenta que las advertencias eran absolutamente fundadas.
La llamada “línea de pacificación”  es una especie de frontera natural que puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte para el hombre blanco. La separación  entre  el espacio de selva donde el extranjero es tolerado y allí donde los Korowai Betul – The Stone Korowais, como son conocidos en la zona -, han decidido mantenerse absolutamente aislados del mundo y no permiten el menor  intrusismo.
Los Betul son una rama de los Korowai tremendamente belicosa. Temida incluso por el resto de sus vecinos.
Me apasionaba la idea de llegar a contactar a esta gente, pero pronto me di cuenta que podría realmente jugarme la vida en el empeño.
Leí sobre varios reporteros – incluido un equipo del National Geographic -, que habían intentado ir más allá de la “línea de pacificación”. En todos los casos debieron salir huyendo casi inmediatamente, porque su seguridad comenzó a correr serio peligro.
Decidí no arriesgar tanto y olvidarme por ahora de los Betul.

Cuando  comenté a la agencia que estaba dispuesto a seguir con la idea en solitario, la respuesta no fue la esperada.
No les vi convencidos. Me describían el acceso a territorio Yali como altamente peligroso debido a los precipicios y a los puentes semidestruidos que deberíamos atravesar.
Además, intentaron persuadirme de intentar el encuentro con las tribus Korowai, dibujando un ecosistema auténticamente infernal, para nadie que no estuviera acostumbrado: serpientes venenosas, sanguijuelas, arenas movedizas, un calor y una humedad demoledores, y unas caminatas   durísimas con el fango y el agua por la cintura…
Me contaron que la última vez que se encontraron con unos occidentales que se habían internado en aquella selva – un grupo de italianos -, estaban desencajados, exhaustos y absolutamente demacrados. Describían la experiencia como “una pesadilla”, y además, tampoco habían sido capaces de avistar un solo Korowai, algo de lo que también fui advertido que podría ocurrir, debido al carácter nómada de este grupo, que no siempre es fácil de localizar en la jungla.
-“En la selva, los Korowai pueden hacerse invisibles para el visitante. Puedes ser observado, escudriñado a poca distancia por ellos sin que tú seas capaz de percibir su presencia. Encontrarles o no encontrarles  depende más de su propia decisión. En realidad tu poco puedes hacer;  si despiertas su curiosidad, serán ellos los que te encuentren a ti”.

Por si fuera poco, el precio que pedían los misioneros jesuitas por disponer de sus avionetas, para reducir trayectos era altísimo, y el montante total de la expedición, para ser soportado por una sola persona, alcanzaba ya números que superaban el esfuerzo que estaba capacitado a realizar.

Estaba ya a principios de junio, quedaba poco más de un mes para la fecha prevista para la partida, y todo el proyecto parecía tambalearse.
Por primera  vez, me encontraba un poco desconcertado y empezaba a pensar que quizás debiera aplazarlo para mejor ocasión.

Entonces, tuve mucha suerte.

CONTINUARÁ…

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