PRIMEROS DÍAS
UN CÁNTABRO EN TIERRA CANÍBAL
En Julio de 2005, me adentré, con la única compañía de un guía autóctono Thony y de un puñado de porteadores nativos en el ancestral mundo de Irian Jaya (Papua Occidental), el rincón más salvaje del planeta. Mi intención era contactar a los hombres mono, los caníbales korowai. El viaje se convirtió en una experiencia única, un auténtico reto como viajero, plagado de anécdotas y situaciones novelescas.
Esta serie de relatos pretende ser una especie de cuaderno de viaje, mediante el cual, os narro mi aventura en tierra caníbal.
PRIMEROS DÍAS
Desde el interior de la tienda de campaña escuche gritos.
Ya estaba acostumbrado a que, entre ellos, se comunicaran de forma un tanto exagerada, así que, en un principio, no di mayor importan-cia a las voces que provenían del exterior.
Sin embargo, el griterío se hizo cada vez más intenso y comencé a percibir cierto grado de agresividad en las entonaciones, por lo que salí de la tienda a comprobar qué pasaba.
Claramente, Thony estaba enfrascado en una fuerte discusión con el jefe del poblado. La cosa parecía seria, pero los ya habituales aspavientos de los Korowais ,cuando debatían con ardor, no me provocaron ninguna inquietud.
De pronto, todo cambió. Justo antes de retirarse, el gesto del jefe, se me antojó mucho más amenazante que en veces anteriores, y la cara de Thony denotaba preocupación.
Entonces, Boas se dirigió hacia el resto de los porteadores y, en pocos minutos, todos estaban armados con arcos y flechas a nuestro alrededor.
Le pregunte a Thony si pasaba algo. “Tranquilo”- me contestó –.La respuesta no me convenció…
“Entonces, ¿porque cogen los porteadores sus arcos y flechas?” – Insistí -.
“El jefe del poblado nos pide demasiado por pernoctar aquí. Me he negado y nos ha amenazado. Dice que piensa volver con más guerreros” -me explicó Thony, con gesto un tanto desencajado-.
“Volver, ¿a que?” – pregunté yo -.
Esta vez, Thony no se anduvo por las ramas : “ ha amenazado con matarnos”.
La primera vez que oí hablar de Irian Jaya fue en 1991.La isla perdida; junglas impenetrables, tribus caníbales que seguían ancladas en la edad de piedra. Un mundo tan misterioso y peligroso como enormemente atractivo para mí.
Yo ya me encontraba en la isla de Papua, en la parte oriental, la independiente, en compañía de mi ex-mujer Patricia. Eran mis primeros escarceos en el área de la fotografía étnica, una de mis primeras incursiones en culturas de otros tiempos. Una afición que iba a ir a más con el paso de los años.
John era un joven americano, de unos treinta y pico, informático de profesión. Se había tomado un año sabático para realizar el viaje de sus sueños, y en ese sueño coincidimos con él durante una travesía por el río Sepik.
Todo lo que estaba conociendo y viviendo en esa primera visita a Papúa me resultaba fascinante; una cultura ancestral, nativos que se pintaban con llamativos colores y adornaban sus penachos con plumas de aves del paraíso… Todo, tal y como yo había visualizado de pequeño en mis viejos álbumes de cromos de “vida y color”.
Sin embargo, aquella primera experiencia comenzó a saberme a poco tras hablar con John. Él me descubrió un mundo mucho más recóndito y primitivo, donde aún podías experimentar la emoción de un primer contacto con tribus casi paleolíticas. Por primera vez escuché aquel nombre: Irian Jaya, que significa “tierra caliente victoriosa”. El lugar más remoto y salvaje de la Tierra.
John estaba a punto de adentrarse en Irian Jaya. Con la sola compañía de un guía y unos porteadores nativos, se disponía a internarse en las tupidas selvas de Papúa en busca de sus inquietantes e imprevisibles moradores.
En ese momento, la decisión y el arrojo de aquel americano me llamó la atención.
Nada me hacia presagiar que catorce años más tarde, yo haría exactamente lo mismo.
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