mayo 13, 2017

«DESTINO YAFOFLA»

UN CÁNTABRO EN TIERRA CANÍBAL IX

En Julio de 2005, me adentré, con la única compañía de un guía autóctono Thony y de un puñado de porteadores nativos en el ancestral mundo de Irian Jaya (Papua Occidental), el rincón más salvaje del planeta. Mi intención era contactar a los hombres mono, los caníbales korowai. El viaje se convirtió en una experiencia única, un auténtico reto como viajero, plagado de anécdotas y situaciones novelescas.
Este serie de relatos pretende ser una especie de cuaderno de viaje, mediante el cual, os narro mi aventura en tierra caníbal.

«DESTINO YAFOFLA»

Para pasar aquella noche, decidimos alojarnos en una de las primeras casas del pueblo, un edificio absolutamente destartalado, en cuyo interior abrimos, a modo de mosquiteras, nuestras tiendas de campaña…

En eso estábamos cuando se acercó a saludarnos un pequeño hombrecito, que sostenía un cuaderno y un bolígrafo en las manos. Vestía una especie de uniforme caqui…
“Te presento al alcalde de Yaniruma”-  dijo Thony, mientras procedíamos al protocolario apretón de manos-.
El pequeño hombrecillo me ofreció el cuaderno…
-“ Este es el libro de visitas de Yaniruma” – dijo – “todos los extranjeros que pasan por aquí acostumbran a firmar en él. ¿Te importaría escribir tu nombre, nacionalidad y fecha de llegada?”
-“Por supuesto” – Accedí -.

Eché un vistazo a los nombres que aparecían en las primeras páginas del cuaderno:  la fecha más antigua databa de2002;un tal “Carlo”, italiano. No conté más de cuarenta nombres en la lista, lo que quería decir que yo era uno de los pocos occidentales que había puesto los pies en aquel lugar perdido. Las nacionalidades eran de lo más variadas. Había un par de españoles…

Lo primero que hice fue dar un paseo por el pueblo y acercarme a un pequeño río, que sirve de acceso fluvial a la aldea, y en cuyos márgenes, descansaban algunas canoas semihundidas. El aspecto de aquel sitio era desolador. No vi más de quince personas  y otros tantos cerdos, algunos de considerable tamaño, que deambulaban a sus anchas entre las casas.


Volví a revisar con Thony los víveres que portaríamos durante el trecking, reduciendo al máximo la cantidad de latas y paquetes.
Después nos acercamos a visitar al joven Dayak, que arrendaba la tienda de ultramarinos.

Tendría unos treinta años, era de complexión delgada y estatura media, lucía una larga cabellera negra, que le llegaba hasta la cintura, y un largo mostacho, que le colgaba por ambos lados de la boca. Vestía una camisa desabotonada, un pantalón pirata, que le llegaba hasta la pantorrilla, y unas chanclas. Estaba tirado en una especie de mecedora, en el porche de la casa,  al que se accedía por una pequeña escalinata. Como todo el mundo en Yaniruma,  dejaba pasar las horas con exasperante parsimonia…

“¿Cómo puede alguien montar un negocio aquí? , me dije, “un pueblo en mitad de la selva, donde sus dos decenas de habitantes no tienen una rupia que sacar del bolsillo y dónde, en los últimos tres años, han recibido la visita de cuarenta potenciales clientes extranjeros… Hay cosas que me siguen resultando, como mínimo, sorprendentes”

Pensamientos como este no cesaban de  rondarme por la cabeza, mientras Thony  me presentaba al curioso e indolente tendero…
-“ ¿Qué vais a llevar?” – nos preguntó-.
-“Tabaco. Por lo menos diez cartones” – contestó Thony , para mi asombro- “Es fundamental llevar un buen cargamento de tabaco; los Korowai fuman como carreteros. Nos servirá para negociar con ellos o como tarjeta de visita”– me aclaró-.

El siguiente punto en la orden del día era la elección de porteadores. Boas se había encargado de elaborar una lista de candidatos…
-“Aquellos dos son buenos porteadores” – aseveró Thony, señalando a un par de jóvenes que observaban a cierta distancia-. “¿Por qué no les has elegido?”

-“Son kombáis” – Replicó Boas – “cuando se han enterado que íbamos a territorio Korowai se han echado atrás… Es mejor que no incluyamos Kombáis en el grupo; evitaremos problemas”
A continuación, me habló del odio histórico que ambas tribus se profesan…
-“Son enemigos eternos” – Concluyó-.
-“Incluye a Pies de Elefante” – señaló Thony, refiriéndose a un hombre de tez morena, pelo rizado y tupida barba, que padecía la enfermedad conocida como “pies de elefante”, motivo por el cual tenía los tobillos muy hinchados y extremidades de considerable tamaño-.
-“Es muy torpe en la selva” – Advirtió Boas-.
-“Pero muy leal “  – Insistió Thony – “Puedes confiar en él. Y los demás le respetan…Le necesitamos con nosotros. Inclúyelo.”

-“ ¿Cuántos llevaremos?” – pregunté yo -.
-“Unos siete, además de Boas”
-“¿Necesitamos tantos?”
-“Por la carga no. Pero es conveniente por nuestra seguridad; si tuviéramos algún problema con los Korowai, estaremos  más protegidos si contamos con un buen número de arcos a nuestro lado”
Sonaba razonable…

Nadie en Yaniruma parecía estar demasiado ocupado, así que, con la caída de la tarde, nuestra casa se convirtió en el punto de encuentro de todos los habitantes del pueblo. Unos por curiosidad, otros para compartir con Thony los últimos acontecimientos y los más, para conseguir algún cigarrillo a cambio de nada.

Mientras Boas comenzaba a preparar la cena,  yo me senté y seguí cada detalle de la reunión. Poco a poco, nuestros numerosos invitados fueron marchando y en la oscura habitación quedó un grupo de ocho personas. Entre ellos, el Alcalde y Pies de Elefante.
Alrededor de la única mesa de la sala, todos parecían divertirse con las historias de Thony, que, de vez en cuando, se volvía hacia mí y me ponía al corriente sobre el tema de conversación.

Observando aquella gente, me venía a la cabeza un pensamiento que me tenía  intrigado: ¡el canibalismo¡ Thony ya me había explicado que los Korowai y los Kombai continúan practicando el canibalismo ritual…
-“De acuerdo con sus creencias, ellos no comen seres humanos, sino demonios, laeolíns,  que adoptan forma humana. Ello son los causantes de la muerte o la enfermedad de una persona, y  solo la persona afectada puede reconocerles. Por eso es conveniente mantenerse alejado de personas enfermas o moribundas, ya que si, en sus desvaríos, esta te señala como el demonio causante de su mal, puedes considerarte hombre muerto. Y, por supuesto, devorado”
-“Había leído que también suelen practicar el canibalismo con los enemigos muertos en combate…” – Apunté yo -.
-“Eso es cierto; de esa forma no solo le quitan la vida, sino que se quedan con parte de su valor y de su fuerza… Es pura superstición. No debes relacionar canibalismo con hambre…”

Yo contemplaba a aquel grupo de hombres, que, aunque vestían viejas camisas ó pantalones, no dejaban ser tan Korowais como los aborígenes  desnudos que esperaba localizar en lo profundo de la jungla…

-“¿Quiere eso decir que todos estos Korowai han probado alguna vez la carne humana?” – le pregunté a Thony, no sin cierto morbo-.
-“La mayoría.” – aseguró-. “Te voy a contar una historia. Este alcalde que ves aquí, en realidad  no lleva más de tres meses en el cargo. El anterior era una persona odiada hasta por su gente. Cada vez que un extranjero aterrizaba en Yaniruma, él le cobraba una especie de tasa por alojarse en el pueblo, pero no repartía nada con el resto de sus vecinos. Era un déspota y no caía bien a nadie. Un día desapareció sin dejar rastro. Nadie supo más de él. Sin embargo, yo te puedo decir que fue su propia gente quien le hizo desaparecer; ¡se lo comieron!. No quedó de él más que los huesos”. 

-“¿Y dónde queda el demonio ahí?” – Pregunté-.
-“Era un demonio de persona, créeme… De todas formas, todo eso es la teoría. Ya me entiendes…”
Volví la vista hacia  a nuestros desaliñados acompañantes, que me observaban fijamente…
-“Entonces, ¡es importante caerles bien”! – dije, adoptando mi versión más sarcástica -.


Thony sonrió y volvió a reincorporarse a la tertulia.
Yo salí al porche, para disfrutar de la paz que se respiraba con la caída del sol. Al cabo de unos minutos, el cielo se cubrió de centenares de sombras negras.  Fue la primera vez que contemplé el espectáculo de los murciélagos gigantes saliendo de caza con la llegada de la noche.

Con una precisión que ya quisieran para sí los relojes de muchos ayuntamientos en Europa,  los gallos cantaron a la hora prevista, las cinco y media de la mañana. Dos horas más tarde, la expedición estaba dispuesta para partir hacia Mauggemahe, un pequeño pueblo Korowai que representaba la frontera entre la selva amable y la jungla más cerrada y cenagosa.

De Yaniruma partimos un total de doce personas: Thony y yo, Boas, seis porteadores y tres mujeres, que, según entendí, tenían su hogar en Mauggemahe.

El grupo de porteadores lo componía, además de “Pies de Elefante”, un hombre de aspecto chupado, dos jóvenes de complexión robusta y un chaval de no más de dieciséis años, que destacaba por su gran agilidad.

El ritmo hacia Mauggemahe fue fuerte. Aunque el sendero que seguíamos había sido trazado por la naturaleza y no por el ser humano, estaba bastante despejado,  y se podía caminar con cierta facilidad. Comparado con lo que nos esperaba a partir del día siguiente, aquel camino debía ser considerado como una gran avenida en mitad de la selva.

Tres horas más tarde, llegamos a Mauggemahe. Era un pequeño asentamiento de no más de quince casas hechas de bambú y separadas algo más de un metro del suelo mediante unos pilares de madera.

Al principio del pueblo había una pequeña capilla,  por lo que al parecer, el trabajo de los misioneros, que habían dejado el lugar unos años antes, no había sido totalmente en valde.
La sensación de paz era intensa…

-“Si quieres puedes ir al río” – me sugirió Thony- “hay buenos remansos para bañarte sin problemas. El dueño de la casa te acercará en su canoa”.
Según mis noticias,  aquellos ríos estaban infectados de cocodrilos…
-“No te preocupes por los cocodrilos; no suelen acercarse dónde hay gente” – Aseguró Thony- “¡AnímateIndiana! ;yo te alcanzo en cuanto arregle un par de temas con Boas”.

El escenario desde la canoa era arrebatador.
El río era ancho y muy caudaloso. La corriente bajaba con fuerza. En ambas márgenes,  la densa vegetación devoraba la orilla.

De vez en cuando,  alguna ave del  paraíso, con su plumaje de vivos colores, se aventuraba a cambiar de rama.

Toda la admiración que aquella especie de edén me causaba se reflejada en mis ojos.

Mi anfitrión asentía orgulloso mientras remaba suavemente hacia una especie de playita, formada por una montonera de cantos rodados, donde el agua se amansaba, incitando al baño.

Antes de zambullirme, no pude evitar  mirar a mí alrededor. Yo sabía que los cocodrilos son depredadores que siguen unas pautas muy estrictas en cuanto a itinerarios e incluso  horarios. Saben dónde y a qué hora pueden conseguir una buena presa, y no acostumbran a modificar su hoja de ruta. Así que si los Korowai te aseguraban que podías meterte en el agua sin riesgo de ser atacado, lo más probable es  que realmente, aquel punto del río no formara parte del recorrido gastronómico diario de los caimanes.

A pesar de todo, escudriñé bien las orillas cercanas antes de aventurarme en el agua.

Cuando consideré que todo estaba en regla, me quité la ropa y me adentré en el río.

Flotando en aquellas aguas, rodeado de selva virgen, notaba como la adrenalina bullía en mi interior.

Cogí el gel y me jaboné el cuerpo. Después, volví a sumergirme entre una nube de espuma.

Fue entonces cuando me percaté de que alguien me estaba observando algunos metros más abajo. Era una de las tres muchachas que nos habían acompañado desde Yaniruma. Al principio pensé en acercarme, pero ella también se estaba aseando y preferí no importunar.

Cruzamos miradas unos segundos y volví a zambullirme.

-“¡Indiana!” – me gritó Thony, mientras se dirigía hacia mí  en otra canoa-.

Una vez en el islote, se desvistió y se sumó al baño en el río.
La muchacha, sumergida hasta el cuello, seguía observando…

Después del baño volvimos al pueblo.
Según nos íbamos aproximando, comencé a percibir cierto revuelo. Al final de la única calle,  que atravesaba la aldea, divisamos a un grupo de hombres. Se oían gritos. Poco a poco,  lo que parecía una intensa discusión se hizo más audible… Thony se tensó y me puso la mano en el pecho para que me detuviera…

-«¡Korowais!”–  me previno, con gesto grave – “¡Despacio!”– me indicó, reanudando la marcha-…

No tardé en distinguir a dos hombres completamente desnudos, con una pequeña hoja envolviendo el pene como única prenda. Uno de ellos se mostraba furioso y amenazador. Gritaba sin parar mientras apuntaba a Boas con su arco – mi primer encuentro con un Korowai de la jungla no iba a estar exento de cierta emoción – Junto a Boas, estaba Pies de Elefante y el otro porteador, de cara chupada…

-“¿Qué sucede?”- preguntó Thony-.

Cuando me vieron, los dos Korowais quedaron petrificados, como convencidos de encontrarse cara a cara con un auténtico Laleoalin.
Tras unos segundos de estupor, resurgió su  faceta beligerante y, mientras el más enfurecido volvía a apuntar a Boas, el otro dirigió su arco hacia mí…

-“¡Tranquilo, tranquilo!” –se interpuso Thony, mientras los Korowai se mostraban vacilantes-“¿Qué ha pasado?”- volvió a preguntarle a Boas-.

Thony me tradujo la explicación sin perder de vista al Korowai, que seguía amenazándonos con su flecha…

-“Por lo visto, la segunda esposa de Boas pertenecía a su familia”.- se refería al más agresivo de los dos aborígenes-. “La mujer contrajo una enfermedad y falleció hace unos meses. Este hombre acusa a Boas de haber utilizado sus poderes malignos para matarla, y ahora le exige una compensación por su muerte”.


El Korowai que apuntaba a Boas volvió a proferir un montón de improperios, mientras tensaba la cuerda de su arco. Boas se volvió hacia él y levantó los brazos, situándose ante la punta de la flecha…
-“¡No puedo compensarte porque no tengo nada!. ¡Si quieres matarme, mátame, pero no puedo darte nada!” – Vociferó, entre aspavientos -.

Entonces me di cuenta de que Pies de Elefante blandía una lanza en defensa de su amigo.

Los instantes posteriores fueron de gran tensión. Las miradas se entrecruzaron. Los hombres de la selva no dejaron de apuntarnos, ni modificaron un ápice su rictus amenazante…

Tras unos segundos de indecisión, el Korowai  musitó algo. Su tono trasmitía rabia e indignación. Finalmente, optaron por recoger los arcos y desaparecer entre la  arboleda.

“¡Están locos!” – seguía vociferando Boas , que daba muestras de un estado de gran agitación-. “¡Cómo voy a tener yo  poderes malignos!, ¡cómo voy a haber matado yo a mi esposa!… ¡Están locos!”

-“¡Vale, ya está, ya se han ido! –  Intentó calmarle Thony, mientras los demás porfiábamos por recuperar el aliento – “Entremos  todos en la casa” 

Poco a poco, Boas pareció tranquilizarse … Thony le golpeó levemente el brazo en señal de ánimo…

-“ ¡Están locos!” – insistió, una vez más, mientras su protuberante bocaza esbozaba, por fin, una amplia sonrisa-.

Durante la cena, el impactante encuentro con los dos Korowai de la selva acaparó toda la conversación. En la oscura estancia, Thony y yo ocupábamos los dos únicos taburetes disponibles, mientras Boas, nuestro anfitrión y su esposa permanecían sentados sobre el suelo de caña.

Yo estaba atendiendo a las historias que narraba el matrimonio, sobre otros altercados anteriores con sus vecinos de la jungla, cuando alguien colocó un plato de arroz ante mí.
Entonces, reconocía a la muchacha del río, que esbozó una tímida sonrisa cuando la agradecí el gesto.

Algo en su mirada la hacía diferente a los demás; parecía mucho más viva, más inteligente. Sus rasgos físicos tampoco coincidían; era de complexión más fuerte y su tersa piel se me antojó más bruna y brillante. Tenía unos ojos grandes y hermosos, y a mí, me pareció que, entre los de su raza, debía ser considerada una mujer bella…

-“Se llama Mada”  – Apuntó Thony -.

-“¿Es Korowai?” – Pregunté -.

-“No. Ella y su hermana provienen de una región que está lejos de aquí. Su tía sí es korowai”

Su hermana era la más joven de las tres. Se llamaba Priscilla, y padecía una especie de tiña que le cubría el cuerpo de pequeñas escamas, una enfermedad que era frecuente entre los habitantes de aquel hábitat húmedo y falto de higiene…

-“ Con Mada puedes comunicarte;” – señaló Thony – “ha estudiado en Yayapura y habla un poco de inglés” 

-“ ¿En serio?, do you speak English?”– me dirigí a la joven, que sabía perfectamente que estábamos hablando de ella-.

-“A little”– me contestó, medrosa-.

En realidad, el inglés de Mada era muy limitado. Apenas pudimos ir mucho más allá en nuestra primera conversación…

-“Las tres nos acompañarán en el trecking..”– dijo Thony-.

-“¿Y eso?”

“También tienen derecho a ganarse un dinero”

Mada seguía lanzándome miradas furtivas…

A la hora de la partida, llovía torrencialmente. Desde primeras horas de la mañana, el agua no había cesado de caer con fuerza.

Después de desayunar, me aseguré de que mi equipo fotográfico estuviera a salvo de la humedad. Cubrí la mochila con su funda impermeable y protegí el dinero y la documentación dentro de pequeñas bolsas estancas.

Thony miraba al cielo con preocupación …

-“¡Llueve muchísimo! ; la selva va a estar anegada de agua”

-“¿Cómo lo ves?

“Dificultará mucho la marcha. Vamos a esperar a ver si amaina. ..”

-“ ¿Y si no?”

-“Si no, nos espera una paliza. Pero habrá que intentarlo, ¿no, Indiana?”

-“No he llegado hasta aquí para dar la media vuelta” 

Una hora después, seguía lloviendo abundantemente. No lo pensamos más y nos pusimos en camino… El área selvática en que nos íbamos a adentrar estaba al otro lado del ancho río, que bajaba caudaloso. Las canoas que nos esperaban en la orilla estaban semihundidas. Sólo dos se mantenían a flote, aunque fue necesario achicar el agua que había en su interior.

Finalmente, la expedición la componíamos once personas. Estaba claro que todos no entraríamos en aquellos estrechos troncos huecos…

-“Habrá que hacer dos viajes” -. Apuntó Thony-.

En la primera canoa subimos Thony y yo, junto a Mada y el más joven del grupo.

Boas y otros dos porteadores abordaron la segunda embarcación, con la mayor parte del cargamento. El resto se quedó en la orilla.

Thony y el chaval tomaron los remos y nos encaminamos río abajo, entre una densa cortina de agua.

-“Bien, ¡agárrate fuerte, Indiana!–  espetó Thony ,mientras nos aproximábamos al epicentro de aquella gran avalancha de agua-.
Contuve la respiración. La naturaleza se revelaba en su estado más salvaje e indomable…

La corriente bajaba con fuerza. En algunos tramos, los remolinos amenazaban con engullir a las frágiles canoas.

Mada y yo tratábamos de asegurar la carga, desplazándonos lo menos posible, en un intento de preservar en todo momento la estabilidad de la embarcación. Cualquier movimiento en falso podría hacernos volcar…

-“¡Cuidado con ese árbol!” –le grité a Thony, que, a duras penas, pudo esquivar un gran tronco que se precipitaba contra nosotros arrastrado por el torrente-.

-“¡Sigue remando, no pares!” –exclamó Thony, al comprobar que el chaval había bajado un poco el ritmo, cegado por la lluvia que le golpeaba en los ojos-.

La otra embarcación nos seguía a poca distancia. Llevados por la excitación del momento, Boas y sus otros dos ocupantes aullaban al viento mientras ensartaban los remos en el agua.

Thony me lanzó una fugaz mirada…

-“¿Cómo lo llevas, Indiana?”

-“Calado hasta los huesos, pero bien… ¡Es alucinante!”

La travesía duró treinta escalofriantes minutos.

Una vez en la otra margen, buscamos un lugar dónde poder desembarcar.

Nuestras botas se hundieron en el lodo, mientras tirábamos de la canoa para que no fuera arrastrada por la corriente.

Apenas había espacio dónde pisar y poder depositar las mochilas y el resto del cargamento. Ante nosotros, se levantaba un enorme muro formado por la vegetación más exuberante que había visto jamás.  Una pared compacta, de lianas, raíces entrelazadas y árboles gigantescos, donde no se divisaba la menor grieta que nos permitiera acceder a su enigmático mundo.

Mientras una de las canoas retornaba en busca del resto de porteadores, cubrimos el equipaje con hojas, para aislarlo de la lluvia, y nos dispusimos a esperar al resto del grupo.

Una hora después, seguía lloviendo vehementemente. La canoa había regresado con el resto del equipo, de manera que los porteadores se echaron al hombro el equipaje y, sin más dilación,  nos internamos en la jungla…

Thony y Boas se situaron al frente del grupo, abriendo camino en la tupida  foresta con sendos machetes…

Como nos temíamos, el terreno estaba completamente anegado. En realidad, todo el área era una ciénaga donde, a cada paso, te hundías en el fango hasta la rodilla, lo que entorpecía la marcha, haciéndola especialmente farragosa.

Yo intentaba aprovechar las raíces de los árboles que se entrecruzaban a nuestro paso a modo de adoquines.

En algunos tramos, el agua nos llegaba por el pecho. No veías el firme y era necesario caminar con mucho tiento. Especialmente teniendo en cuenta que en  la zona abundaban las arenas movedizas…

-“¡Cuidado aquí, Indiana!”  – me avisó Thony, señalándome una especie de finas plantas, que colgaban a la altura de nuestros hombros  -“Son plantas cortantes, extremadamente afiladas. Si te rozas con una de estas, te harás una buena herida. Préstalas mucha atención.”

-“De acuerdo”  -asentí, tratando de memorizar su forma y textura-.

-“Recuerda esto: en la selva debes mantener en todo momento la concentración. Debes ver lo que pisas, a lo que te agarras, lo que cuelga a tu paso y hasta lo que respiras. Lo que tienes a los costados, a tu espalda y delante de ti. No debes despistarte, porque de ello puede depender tu supervivencia. Aquí,  el terreno es traicionero, la vegetación es traicionera, los animales y, hasta los seres humanos que  habitan, son traicioneros… No lo olvides”

-“No lo olvidaré”

Pronto me di cuenta  que desenvolverme en aquel complejo ecosistema iba a ser una cuestión de habilidad y de agilidad, más que de mera resistencia física. Avanzar hacia el interior de la jungla implicaba puentear infinidad de pequeños ríos ó regatos, que no podías vadear a pie, debido a su fondo excesivamente cenagoso, obligándote a hacer verdaderos equilibrios sobre húmedos troncos de árbol, tendidos de orilla a orilla, sobre los que  las rígidas y embarradas suelas de mis botas perdían toda adherencia y se convertían en un punto de apoyo demasiado inestable y resbaladizo.
Por otra parte,  me llamaba la atención  que alguien pudiera orientarse en aquel laberinto forestal, carente del menor sendero.

-“Más de una vez ya nos hemos perdido, y nos ha llevado horas recuperar el sentido de la orientación” – se sinceró Thony-.

Tras varias horas de lucha con el barro, abriéndonos paso a fuerza de machete, nos dimos de bruces con una gran  cantidad de agua que se interponía en nuestro camino. La intensa  lluvia había provocado el desbordamiento de aquel río,  duplicando su caudal. El área inundada era muy extensa, y la parte central se revelaba demasiado profunda para vadearla a pie… Revisamos la orilla de arriba abajo, en busca de un punto más accesible, pero no lo encontramos. Teníamos un problema. Tanto Thony como Boas parecían desconcertados…

De pronto, la hojarasca crujió y todo el mundo se puso alerta… ¡Algo se acercaba por nuestra izquierda!…

-“¡Puede ser un casuario, cuidado!” – advirtió Thony-.

El casuario es una de las especies más peligrosas que te puedes encontrar en las selvas de Papúa. A primera vista, se trata de una especie de pájaro grande, semejante al avestruz. Sin embargoes una criatura tremendamente agresivaque puede desenvolverse a gran velocidad en aquel terreno, y capaz de rajar en canal a un hombre con su temible espolón.

El grueso del grupo retrocedió unos pasos, alejándose de los arbustos.

Pies de Elefante se situó delante de nosotros, sujetando firmemente su lanza…

Entonces, de entre la vegetación, surgió un hombre desnudo,  seguido de una mujer que vestía una pequeña falda de fibra vegetal…Estaba claro que estábamos ante dos Korowais de la jungla…

El hombre, de amplio pelo rizado, aspecto menudo y de nariz  perforada por un pequeño pedazo de hueso, nos miró con asombro, vacilante…Su instinto de defensa se activó al instante, armando su arco, para persuadirnos de cualquier amago de violencia por nuestra parte.

Cuando me vio, la mujer reaccionó con temor…

Boas no tardó en adelantarse a hablar con ellos…El Korowai añadió algo, sin apartar sus ojos de mí…

-“No es un ser maligno” –  le tranquilizó Boas – “no tiene Khakhua. Es amigo”

-“Dile que nos dirigimos a Yafofla. Pregúntale si vamos bien”– intervino Thony-.

-“Dice que sí, que él y su esposa también se dirigen a Yafofla”

-“Dile que le estaríamos muy agradecidos si nos guiaran allí, que les obsequiaríamos con buen tabaco”

El Korowai seguía mirándome con recelo… Finalmente asintió…

-“Pregúntale si sabe por dónde cruzar el río”

-“Por aquí” – añadió Boas, interpretando sus palabras-.

-“Por aquí es imposible; ¡demasiado profundo!”  – dijo Thony-.
Inmediatamente, el pequeño Korowai entró en acción; recorrió los árboles con la mirada, palpando la corteza con las manos, como si estuviera calculando la altura y el grosor.

Luego, tras descartar varios troncos, señaló uno que debía rondar los quince metros de alto.

Entonces, empuñó con firmeza el hacha, que portaba a la espalda, y comenzó a talarlo con gran criterio y habilidad. Diez minutos después, la gran mole de madera se desplomó con un enorme chasquido, arrastrando ramas y vegetación  en su caída. El habitante de la jungla acababa de tendernos un puente hasta la otra orilla.

Para la pareja de Korowais, habituados a desenvolverse en los árboles, y cuyos pies se articulaban,  acoplándose al tronco como si de una pitón se tratara, atravesar aquel improvisado pasadizo, de superficie cilíndrica y muy resbaladiza, no representó el menor problema. Sin embargo, para el resto de la expedición – especialmente, para mí -, el reto no estaba carente de riesgo.
El primero en decidirse fue Thony, seguido de Boas y de Mada. Yo iba tras ellos y, a continuación, el resto de porteadores, con la dificultad añadida de las mochilas y la carga.

Parecíamos una hilera de equilibristas avanzando sobre el alambre de un circo.

Nuevamente, las botas se convirtieron en mi peor enemigo para caminar sobre la corteza mojada. Trataba de mantener el equilibrio con los brazos abiertos.  Me tomaba mi tiempo entre paso y paso, con la sensación de que, al siguiente, me escurriría  y acabaría cayendo en aquella ciénaga cubierta de agua.

Mada se percató de mi inseguridad y me tendió la mano. Yo la tomé sin dudarlo y entre los dos, poco a poco,  alcanzamos la otra orilla.
-“¡Thank you very much!” – le agradecí a la muchacha, que me sonrió complacida-.

Uno tras otro, los porteadores fueron llegando al otro lado del río, sin que nadie ni nada hubiera sufrido ningún percance.
Aún tuvimos que avanzar durante cerca de una hora con el agua por el cuello.

Las mochilas se sumergían casi por completo, y yo cruzaba los dedos para que la humedad no alcanzara mi equipo fotográfico.

-“¡Quietos!..” – ordenó Thony –

Una larga serpiente pasó nadando a escasa distancia…

-“¿Venenosa?”- pregunté-.

-“Mejor no hacer la prueba”

Cuando salimos del agua, tuve que sacudir las sanguijuelas que se me habían pegado al cuerpo. No se me había introducido ninguna en las botas, gracias a las polainas,  y,  exceptuando la que me arranqué del cuello, la mayoría estaban adheridas a la ropa.

Aún restaban unas tres horas de marcha hacia Yafoflá, que era el nombre del poblado dónde habíamos decidido establecernos los dos días siguientes.

En realidad, los poblados Korowai  son pequeñas comunidades de tres o cuatro Khaims, en las que habita una misma familia, que da nombre al pueblo.

Thony había seleccionado un par de comunidades que contaran con una  “ casa larga”.

La casa larga era una especie de galería, preparada para acoger a los miembros de otras familias cuando estaban de visita con motivo de alguna celebración en el pueblo.

Estaba edificada al ras del suelo, sobre unos pequeños pilares que la aislaban de la humedad…
-“Dentro podremos pernoctar al resguardo de la lluvia y  las posibles riadas. Acampar en el exterior  es demasiado peligroso; las tiendas no soportarían tanta agua. De cualquier forma, las montaremos en el interior de la casa larga para que nos sirvan de mosquiteras” – explicó Thony-.

Nueve horas después de abandonar Mauggemahe, embarrados y calados hasta los huesos, nos encontramos cara a cara con la primera casa de los árboles…

-“¡Khaim!” – se volvió hacia nosotros el Korowai, señalando una gran choza que estaba encaramada en un árbol de unos diez metros de altura -.

-“Ya llegamos, Indiana: Yafofla” – confirmó Thony-.

En aquel instante sentí que el esfuerzo había merecido la pena.

CONTINUARÁ…

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