POR CULPA DE MI ABUELO
UN CÁNTABRO EN TIERRA CANÍBAL II
En Julio de 2005, me adentré, con la única compañía de un guía autóctono Thony y de un puñado de porteadores nativos en el ancestral mundo de Irian Jaya (Papua Occidental), el rincón más salvaje del planeta. Mi intención era contactar a los hombres mono, los caníbales korowai. El viaje se convirtió en una experiencia única, un auténtico reto como viajero, plagado de anécdotas y situaciones novelescas.
Esta serie de relatos pretende ser una especie de cuaderno de viaje, mediante el cual, os narro mi aventura en tierra caníbal.
POR CULPA DE MI ABUELO
Con frecuencia me he preguntado de donde proviene mi afición por los viajes a países remotos; a zonas del planeta que aún te ofrecen un cierto grado de aventura y te hacen sentir más libre y más vivo.
De otra parte está mi faceta artística. Desde pequeño mantuve una estrecha relación con el mundo de la imagen, hasta llegar al área de la fotografía, íntimamente ligada al universo de los viajes y a un tan inesperado como creciente interés por la etnografía, y por reflejar culturas y formas de existencia humana que, aunque en muchas ocasiones parecen trasladarte a épocas pasadas, no por ello – y esto es lo mas sorprendente de todo -, dejan de ser tan contemporáneas como lo es la sociedad que conocemos y a cuyos valores, virtudes y defectos, la mayoría de nosotros pertenecemos…
Con el tiempo creo haber encontrado la respuesta a esta pregunta.
Mi abuelo materno ha sido probablemente uno de los miembros más desconocidos de mi familia. El hecho de que fuera mexicano y que viviera en aquel país, unido a su prematura muerte – cuando yo era todavía un niño -, hizo que mi trato con él fuera mínimo y apenas supiera de su vida nada, más allá del salvoconducto, firmado de puño y letra por el mismísimo Pancho Villa, que mi madre tenía enmarcado en casa, y que estaba a nombre de mi abuelo Manolo.
No hace mucho tiempo, mi madre me mostró unas viejas películas en 16 milímetros, en las que se veía a mi abuelo durante varios safaris a África, que había realizado a mediados del siglo XX.
Rodeado de nativos semidesnudos, empuñando arcos y flechas, mi abuelo se introducía en las entrañas de un enorme elefante abatido.
Las vestimentas, el atrezzo, el escenario, y el sabor del blanco y negro, me hacía pensar que, en cualquier momento, un grito atronaría en la selva y aparecería Tarzán, descolgándose con lianas, tal y como tantas veces había visto en el cine.
Más tarde encontré distintos recortes de la prensa de San Luis Potosí, en México, que narraba las peripecias africanas de mi antepasado durante una de sus expediciones.
Junto a esos recortes, había otros que hablaban de una faceta artística y de varias exposiciones de pintura que D. Manuel Piñero había protagonizado o producido.
Me vi reflejado en todo aquello.
Al final, el miembro más desconocido de mi familia iba a convertirse, por obra y gracia de los genes, en el que más me había influenciado en una de las facetas más pintorescas de mi vida.
Por supuesto, desde muy pequeño seguí con pasión las aventuras y peripecias de los más grandes viajeros y exploradores de la historia. Y sobre todos ellos: el reportero Tintín.
Fue a raíz del safari que realicé a Kenia y Tanzania, en 1990, cuando comencé a sentir mi inclinación por el descubrimiento de mundos y experiencias nuevas y excitantes.
Los 27 días que pasé acampado en la sabana africana, en medio de la naturaleza más pura y salvaje, aquella intensa sensación de libertad, me marcaron como viajero.
Un año después, viajé por primera vez a la isla de Papúa, a la parte oriental, conocida como Papúa Nueva Guinea, y que, a diferencia de la parte occidental, que pertenece a Indonesia, es independiente.
En Papúa tuve mi primer contacto con las ancestrales culturas de las tribus de la zona: los Huli, los Arapesh…
Mi interés por la etnografía, y por la fotografía, enmarcada en esa área acababa de nacer.
Como ya dije antes, fue allí donde conocí a John y donde tuve por primera vez conocimiento de la existencia de Irian Jaya y de las tribus que se escondían, ajenas al resto del mundo, en sus tupidas, y casi inaccesibles junglas.
Todo aquello me resultaba apasionante, enormemente atractivo, pero entonces, la posibilidad de embarcarme en una expedición al interior de las selvas de Irían Jaya se me antojaba un reto excesivamente peligroso, fuera de mis posibilidades. Sin embargo, la idea nunca se me iría de la cabeza.
Durante catorce años, me fui curtiendo como viajero y como fotógrafo, y mi capacidad para adentrarme en zonas remotas y adaptarme a sus exigencias de todo tipo fue a más.
En agosto de 2004, recién regresado de Guatemala, tomé la decisión: el próximo verano afrontaría el reto, me adentraría en lo más profundo de Papúa occidental, viajaría a Irian Jaya.
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